

¿Qué es la “inspiración verbal” de la Biblia? (Algunas consideraciones)
La inspiración verbal de la Biblia parte de la premisa de que Dios, aparte de inspirar a los escritores bíblicos en las ideas o tópicos a escribir (2 Pedro 1:21), también los guio en escoger las palabras a utilizar. Definir esto es importante porque podría pensar alguno que Dios simplemente “dejó sus ideas” en la mente de los escritores y estos las volcaron por escrito de la mejor manera posible, sujeto a su propios errores humanos de interpretación. De ser así no tendríamos una Biblia inerrante e infalible, pero sabemos que sí la tenemos. Por el contrario, creemos que la inspiración divina (gr. theopneustos) es un proceso complejo que lleva a cabo el Espíritu Santo no sólo dando las ideas al escritor bíblico, sino también supervisándolo en escoger cada palabra que utiliza y guardándolo de errores. ¿Entonces no sería esto una especie de “dictado”? (Se preguntará alguno). La respuesta es: No, no es un dictado automático palabra por palabra. Si bien el proceso pertenece al misterio de Dios, no obstante podemos explicar algunas cosas de manera entendible.
No es un dictado
Si Dios hubiera realizado un dictado a cada escritor bíblico, cada escrito producido tendría un único estilo: el de Dios como autor. Pero al analizar el texto bíblico nos damos cuenta de que cada autor tiene su propio estilo de escritura. Lucas tiene un estilo elegante y detallista para narrar el evangelio, pero Marcos es más simple y directo en construir sus oraciones y se caracteriza por el uso repetitivo de la conjunción “y” para el comienzo de los versículos.
Si Dios hubiera dictado palabra por palabra no habría diferencias de estilos, por lo que afirmamos que la inspiración bíblica no es un dictado que anula la personalidad del escritor. Dios utilizó cerca de 40 hombres de diferente formación, cultura y época para escribir su Palabra. La personalidad de los escritores humanos se deja evidenciar en la forma y estilo de redacción de los 66 libros de la Biblia, pero maravillosamente Dios es el Autor que los inspiró y supervisó en cada momento lo que escribían. Como lo define John Urquhart:
“Muchos escritores actúan en forma impetuosa en su tratamiento de esta aseveración sobre una Biblia plenamente inspirada. Dicen que «inspiración verbal” es una contradicción en sus términos; y que si a los hombres no se los dejara libres de escoger sus propias palabras, no podría haber inspiración de índole alguna. En consecuencia, llaman a esta creencia “dictado verbal”, como si representara que la Biblia fue entregada como una carta que un comerciante dicta a su empleado. Verdaderamente, esto es olvidar, o negar, el elemento sobrenatural en la Escritura. La inspiración es un milagro. No podemos decir de qué modo se hizo este milagro más de lo que podemos explicar de qué modo el pan se multiplicó al ir pasando de mano en mano en las multitudes, y alimentó a cinco mil hombres, además de las mujeres y los niños, a partir de unas pocas hogazas. Que el pan se había multiplicado de ese modo era incuestionable. La realidad del milagro quedó probada por la renovada fuerza de una multitud previamente desfalleciente, y por los doce canastos de fragmentos que quedaron de aquel banquete regalo de Dios. Pero el modo en que se hizo el milagro, ¿quién puede presumir de decirlo?”[i]
El diccionario del apóstol Pablo y el de Juan
El apóstol Pablo utiliza una mayor cantidad de términos griegos únicos que el apóstol Juan en sus cartas. Si comparamos la misma cantidad de versículos de la epístola de Romanos con las cartas universales de Juan podemos apreciar la diferencia. Sabemos la alta instrucción que recibió Pablo (Hechos 22:3) en términos, digamos, “académicos”, en comparación con la sencilla instrucción que pudo recibir Juan como pescador del mar de Galilea. Si pudiéramos poner en un diccionario la cantidad de palabras únicas que utiliza Pablo y en otro las que utiliza Juan, nos encontraremos con dos tamaños de diccionarios diferentes, siendo el de Pablo más voluminoso. Ambos escribieron en griego koiné, con diferente grado de complejidad, pero ambos expresan la misma verdad de Dios (no dos verdades diferentes o de menos calidad). El Espíritu Santo utilizó no sólo las palabras con las que los escritores estaban familiarizados, sino también su estilo de redactar (utilización de tiempos verbales, el uso de las conjunciones, preposiciones, etc.). Un estilo de escritura pulido no expresa más verdades que un estilo sencillo. La verdad pertenece a Dios, y Él se glorifica de la misma manera utilizando distintos instrumentos humanos con diferentes capacidades gramaticales así como de diferente trasfondo cultural. Así le ha placido a Dios.
Referencias bíblicas a la inspiración verbal
El libro de Apocalipsis 22:18 y 19 nos da la advertencia de no “añadir o quitar” palabras de la profecía del libro (lo cual involucra por extensión toda la Biblia). Esto demuestra el celo de Dios por su Palabra, castigando a aquellos que la perviertan. El mismo Señor Jesucristo nos recuerda que aun la “jotas o tildes” (signos diacríticos del hebreo) del texto bíblico son importantes, ¡cuánto más las mismas palabras! El Salmo 12:7 expresa esta importancia de manera poética:
“Las palabras de Jehová, son palabras limpias, plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces.”
La inspiración verbal y la traducción bíblica
Hoy en día hay dos posiciones o filosofías a la hora de traducir. Una, es el método histórico de Equivalencia Formal y el otro el de Equivalencia Dinámica. Este último método es relativamente moderno y su definición de diccionario es:
“Principio utilizado en la tarea de traducción bíblica, por el que se privilegia una traducción basada en el significado o en el pensamiento más que en la palabra en sí. Este tipo de traducción bíblica fue hecho por primera vez en inglés por J. B. Phillips (1958), pero la expresión Equivalencia Dinámica fue acuñada por Eugene A. Nida para contrastarla con la expresión «correspondencia formal» o traducción literal. El propósito de la Equivalencia Dinámica es que la traducción no suene como tal sino como si el texto bíblico hubiera sido escrito originalmente en la lengua en que se escribe. Para ello, el traductor debe procurar recrear en la lengua del receptor «el equivalente natural más cercano» a la lengua original del texto bíblico, con miras a estimular al receptor a comprender los significados originales y a responder a esos significados como respondieron los primeros receptores del mensaje.”[ii]
A primera vista se persigue el noble fin de hacer el texto más fácil de entender para el receptor, ya que se intenta recrear un “pensamiento” equivalente en su lengua materna. El problema es que el Espíritu Santo no inspiró solamente ideas, sino también palabras. Sabemos que no siempre se encontrará una equivalencia perfecta entre dos idiomas; la mayoría de las veces se podrá traducir de manera formal y otras veces se tendrán que hacer equivalencias (que no significa que esto sea un “método” como el de Equivalencia Dinámica, sino simplemente frases equivalentes). Las “palabras” inspiradas y dirigidas por el Espíritu Santo por medios de sus instrumentos humanos tenían un público original que, por supuesto, difiere en cultura con el público de nuestro tiempo. El proceso para que el lector actual entienda la Biblia es leerla teniendo en cuenta el contexto histórico. También los dones de enseñanza que Dios da a su Iglesia colaboran con una comprensión más amplia de la Biblia. Parafrasear el texto bíblico es un ataque a la inspiración verbal. Si una de estas obras por Equivalencia Dinámica se llamaran a sí mismas “paráfrasis”, al menos uno sabría que no se trata del mismo texto bíblico, sino de un pensamiento equivalente. El problema es que a muchas obras se las denomina como “La Biblia”, cuando en realidad no se respetan las palabras de su Autor que fueron inspiradas verbalmente.
En Sociedad Bíblica Trinitaria tenemos el principio de Equivalencia Formal para todas las traducciones en cualquier idioma. Creemos que una creencia en la inspiración verbal de la Biblia va unida a un método de traducción formal que tenga en cuenta cada palabra del original hebreo y griego.