

¿A qué se debe la frase en algunas Biblias: “Este texto no se encuentra en los mejores manuscritos”?
Muchas de las versiones modernas de la Biblia traducidas desde el Texto Crítico tienen porciones entre corchetes o paréntesis con notas al pie de página que dicen: “Este versículo/palabra no aparece en los mejores manuscritos”. Pero, ¿a qué manuscritos se refieren como mejores?
Actualmente hay dos posiciones textuales respecto a qué se consideran los mejores manuscritos que preservan el texto bíblico original, puntualmente referido al texto griego del Nuevo Testamento. Por un lado está la posición como la de nuestra Sociedad, que cree que el texto del Nuevo Testamento fue preservado en los manuscritos de la familia bizantina, siendo el Textus Receptus la mejor representación de esta línea textual. Por otro lado está la posición crítica, que aboga por el llamado Texto Crítico, que prefiere la línea textual de origen alejandrino.
No podemos en este artículo entrar en los detalles de las familias de manuscritos bizantinos y alejandrino; damos por sentado que el lector conoce un poco el trasfondo del origen de estas transmisiones textuales. Cuando las traducciones modernas hablan de “los mejores manuscritos”, se están refiriendo a los manuscritos de la transmisión de origen alejandrino, en especial de manuscritos unciales[i] del siglo IV y V.
La antigüedad de los manuscritos alejandrinos y bizantinos
Si bien los manuscritos de origen alejandrino son más antiguos a los métodos de datación modernos que las copias bizantinas, es entendible que en zonas desérticas y cálidas del norte de África los manuscritos se preservarían mejor que en las zonas de Asia Menor (cuyo eje antiguamente era la ciudad de Bizancio), donde las copias se deterioraban principalmente por la humedad. Estos manuscritos bizantinos debían ser copiados una y otra vez para ir manteniendo el texto bíblico en circulación. Los que creemos que la preservación neotestamentaria se ha dado en el Texto Recibido (el texto utilizado en la era de la Reforma) argumentamos que la existencia de las múltiples copias del texto bizantino que nos llegan al día de hoy no fue debido a su deterioro por razones climáticas, sino más bien que se hicieron copias por razones de uso; es decir, es lo que la iglesia de los primeros siglos leía, desgastaba y volvía a copiar. Como sucede en la biblioteca regular de una casa, donde hay libros frecuentemente usados y otros esporádicamente consultados, los libros que primero se deterioraran son aquellos considerados de mayor utilidad, y por ende de mayor uso por parte del propietario. Por eso, pensamos que el texto bizantino era lo que siempre utilizó la iglesia, no como dice la crítica textual: “porque era lo único que tenía disponible”, sino porque estaba la mano de Dios en la preservación de su Palabra a través de los tiempos.
La preferencia de la crítica textual por los manuscritos alejandrinos
A principios del siglo XIX, el filólogo alemán Karl Lachmann impuso la idea de que el texto bíblico en poder de la iglesia a través de los siglos no era definitivo, ya que, según él, tenía múltiples alteraciones de transmisión textual, y se debía consultar otros manuscritos para “reconstruir el texto original”. Fue el primer crítico textual en abandonar definitivamente el Texto Recibido. ¿Cuál fue su argumento? Lo definió en una expresión latina que se lee “recentiores deteriores”, que quiere significar que
“los manuscritos más recientes son los más deteriorados en materia de fiabilidad textual”. La conclusión lógica de sus postulados llevó a determinar en el criticismo textual que “los mejores manuscritos son siempre los más antiguos”. Uno de los primeros manuscritos unciales estudiados en materia de crítica textual fue el Codex Alexandrinus o Códice Alejandrino, que data del siglo V. Con Lachmann hubo un fuerte impulso en la búsqueda de manuscritos de la familia alejandrina por su predilección por esta línea textual.
Luego de la muerte de Lachmann, con el descubrimiento de Códice Sinaítico en 1853 y con la revalorización del Códice Vaticano (catalogado en la biblioteca vaticana desde el año 1475), los continuadores de su idea fueron los ingleses Westcott y Hort, plasmándola en el Nuevo Testamento griego de 1881. Si bien hay algunos otros manuscritos de origen alejandrino, los códices Vaticano (B) y Sinaítico (Aleph) fueron principalmente para Westcott y Hort su “texto preferido”.
¿Siempre lo más antiguo es lo más fidedigno?
Sabemos históricamente que en la zona de Alejandría se originaron muchas falsas doctrinas respecto a la deidad de Cristo o el concepto trinitario, lo cual podría levantar sospechas respecto a alteraciones a priori de los manuscritos procedentes de esta zona. Por tanto, creemos que juzgar a un manuscrito como mejor sólo por su antigüedad no siempre es lo correcto. Ha habido casos, en las obras de literatura secular, donde los manuscritos más recientes eran los que mejor preservaban el texto original antes que las copias más antiguas. Un ejemplo de esto es la obra del judío converso al cristianismo Pedro Alfonso, del siglo XI, titulada: “Diálogo contra los judíos”, un texto con aproximadamente ochenta testigos textuales (copias antiguas circulantes), pero donde dos manuscritos[ii] (B2 y V7) de copias más recientes son considerados más cercanos a la original obra literaria. Se ha comprobados que estos dos manuscritos son un par de siglos más nuevos que los antiguos conocidos.
OTRO EJEMPLO: EL CODEX BEZAE
Otro caso similar sucede con el Códice de Beza[iii], que es un manuscrito uncial antiguo (siglo V) descubierto por el reformador Teodoro de Beza en el monasterio de «San Ireneo» en Lyon (Francia). Beza fue nada menos que unos de los editores más prolíficos del Textus Receptus del siglo XVI, produciendo cinco ediciones. A pesar que los manuscritos bizantinos con los cuales contaba Beza eran más recientes en antigüedad respecto al códice descubierto, él nunca siguió sus variantes. Quizá la razón principal por la que Beza no consideró las variantes más prominentes de su códice (a pesar de ser más antiguo) sea su falta de armonía textual con las múltiples copias bizantinas circulantes en su época. Era un códice antiguo, sí, pero con anomalías; además de no contener todo el Nuevo Testamento, sino sólo los evangelios, el libro Hechos y una porción de la tercera carta de Juan.
La clasificación por familias y la preferencia de la crítica textual
Paradójicamente la familia de manuscritos “occidentales”, siendo el Códice de Beza el más representativo de esta clasificación, fue considerado por la crítica textual como superior al texto bizantino, ¡que es casi un 90% de todos los manuscritos existentes! Según Kurt Aland,[iv] el texto occidental, que es tan minoritario como el texto alejandrino, se posicionaría en el cuarto lugar, mientras que el texto bizantino se ubicaría en el último y quinto lugar. Según la crítica textual, esta es la tabla del orden de los “mejores manuscritos”, según su categoría de importancia.
Categoría I – Alejandrina
Categoría II – Egipcia
Categoría III – Ecléctica
Categoría IV – Occidental
Categoría V – Bizantina
Es curioso notar que el primer lugar lo ocupe una línea textual que la iglesia no usó durante diecinueve siglos (alejandrino), pero poniendo el último lugar el texto mayoritario utilizado siempre por la iglesia, y en especial en la era de la Reforma (texto bizantino). Si sumamos en cantidad de manuscritos las categorías I a la IV, nos da sólo el 10% de los manuscritos existentes. Y si consideramos solamente la familia alejandrina, ¡este porcentaje es aún menor! Un sentido común y cristiano, con la idea de la preservación de Dios en la transmisión de los escritos del Nuevo Testamento, nos llevaría a inclinarnos por el texto bizantino. Pero contrario a toda lógica, la crítica textual hace su predilección de un texto minoritario por el hecho de ser más antiguo y, podemos decir, reducido a sus dos códices “estrellas” que son el Sinaítico y Vaticano Estos dos códices son datados como del siglo IV, y no son coincidentes entre sí como podríamos suponer, sino que presentan una gran cantidad de variantes. Allí en la divergencia entraron Westcott y Hort con métodos preestablecidos para determinar, a manera de jueces, las lecturas que consideraron como verdaderas, provocando unos 5.000 cambios respecto a las ediciones del Texto Recibido conocidas.
Conclusión
Muchos estudiantes de la Biblia, y sobre todo en cuestiones textuales, se ven confundidos a la hora de considerar cuáles son los mejores manuscritos griegos del Nueva Testamento. A veces confían ciegamente que el Texto Crítico es un texto avalado por la mayoría de testigos textuales y que es el único texto que está a la altura de los últimos descubrimientos arqueológicos. Contrario a ese pensamiento, los manuscritos que se fueron encontrando en los últimos dos siglos coinciden con la forma del tipo de texto bizantino (sobre todo del tipo cursivo y leccionarios). Dicho en breves palabras, a pesar que la masa textual de textos griego del Nuevo Testamento es respaldada mayoritariamente por un tipo de texto bizantino, la crítica textual se inclina por la minoritaria presencia de algunos manuscritos alejandrinos por el solo hecho de ser más antiguos.
Consideramos que la verdadera importancia de un manuscrito no siempre es su antigüedad, sino a cuántas copias dista del original (aunque sabemos que esto no puede saberse a ciencia cierta). No siempre en la literatura secular (y sus manuscritos) se ha cumplido el dogma: “Lo más antiguo es los más fiable”, como hemos mencionado. ¿Por qué, entonces, deberíamos aceptar esto como indiscutible en el tema de manuscritos bíblicos? Tendríamos que tener en cuenta que la ecdótica[v], si bien puede ser una ciencia útil para reconstrucción textual de literatura secular, es una ciencia humana y por lo tanto falible, y no debería ser una autoridad final sobre el texto bíblico. Después de todo, Dios no prometió preservar los escritos de los filósofos griegos, pero sí prometió cuidar Su Palabra (Mat. 24.35). No debemos cerrarnos a la ciencia, por supuesto, pero la ciencia textual siempre está impregnada de mucha especulación. Aplicar ciegamente estos principios científicos a la Biblia, como si se analizara un libro de texto más, es no considerar que detrás de este “Libro” no está el hombre, sino alguien infinitamente más grande que el hombre, Dios; y que es soberano y suficiente para preservar Su Palabra inspirada a través de los tiempos.